Friday 27 October 2017

VIEJO

Cuenta la leyenda que, a la hora de crearlos y nombrarlos, los números no quisieron ser motivo de malestar para el pueblo humano. Por ejemplo, en el Antiguo Idioma sin nombres ni palabras, los hombres tenían pudor para hablar de su edad, de modo que los números quedaban a menudo fuera del ámbito cotidiano. El Idioma Castellano, por el orden y buen comportamiento de aquel larguísimo colectivo, quiso premiarlos y les prometió no relacionarlos nunca con aquella gran desgracia de la Humanidad: sentirse VIEJO. Pero he aquí que la promesa era un gran reto para Castellano; es muy difícil hablar de tener cien años y no pensar que uno es VIEJO. El Idioma meditó largas horas sobre el problema: podía apartar a los primeros números de la vejez con facilidad, pero… ¿cómo desvincular de ella al sesenta y siete, al setenta y nueve, y qué decir del noventa y dos? El desafío comenzaba a tomar dimensiones inabarcables… ¿y el ciento tres? Conforme más avanzaba buscando, más difícil resultaba hallarle respuesta a aquel problema.
Hasta que, de pronto, alguien dijo: “VIEJJJJJJO”, delante de Castellano. El Idioma, molesto por los rasguños que aquella hiriente “J” de “VIEJO” le había provocado, supuso que sería aquello lo que sacaba de quicio a un hombre al sentirse VIEJO, y decidió que no incluiría ese duro espolón en el nombre de ninguno de los números. Supo que, con eso, ya les quitaba, incluso a los que denotaban cierta senectud en el ser humano, ese sabor rancio de lo VIEJO. Así pues, decidió bautizar a cada número, pero siempre cuidando de que aquella “J” de VIEJO no estuviese presente.
Esto bien lo olvidaron los hombres de hoy, y por eso aún temen que el nombre de su edad les raspe como si dijesen VIEJO.



Nieve Andrea, 28 agosto 2005


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