Saturday 28 October 2017

Fiebres o Liebres

-¿Las ves, Fabián? Las liebres, digo… ¡enfoca más lejos! Entre la niebla… donde aparecen los rayos del sol entre los árboles, ahí asoman las orejas largas… ¿Las ves…?-
Pero el pequeño Fabián no las veía. De hecho, nunca las había visto. Embriagado en las notas de su todavía inexperto clarinete, tarde tras tarde seguían fluyendo las melodías, mientras el catalejo de su abuelo quedaba olvidado en un rincón.
Y hoy, décadas más tarde, todas las liebres que antaño viesen sus antepasados a través de las antiguas lentes, conservadas cual diamante entre sus vidrios, dormían cristalizadas en memorias hoy en día inaccesibles, porque su abuelo ya no estaba allí para contemplarlas.
A través de las palabras de su abuelo, había crecido pensando que las liebres debían de ser algo así como extrañas criaturas sutiles, invisibles, o tal vez incluso simple fruto de fantasías de la vejez. Al fin y al cabo, nadie más que su abuelo hablaba de ellas…
“Mira las liebres…”, decía, y a continuación colocaba el viejo catalejo de bronce ante su ojo. Esto siempre alteraba su concentración mientras practicaba sus ejercicios de clarinete, causando chirridos desafinados por un momento. Pero Fabián nunca llegó a ver nada. El catalejo siempre estaba desenfocado, o para cuando lograba enfocarlo, todo lo que podía apreciarse era algún lugar lejano entre los arbustos, pero ni rastro de nada que pudiese llamarse liebre.

-¿Las ves, Fabián…?-
Las palabras del anciano se habían grabado hondo en los engranajes de su mente. A menudo, incluso durante un concierto, podía oír aquel familiar “¿las ves, Fabián?”, en el fondo de su memoria, y por unos instantes perdía el hilo de la conversación sonora. Sentía entonces las habituales miradas de reprobación del resto de la banda, molestos por la súbita cacofonía que, sin embargo, rara vez era evidente para el público. Tal vez era simple sibaritismo profesional…

Pese a haber pasado su infancia con él, Fabián sabía muy poco sobre el pasado de su abuelo. A menudo había asumido que en su juventud habría sido cazador, o tal vez incluso biólogo o estudioso de la fauna local. “Por lo de las liebres, digo…”, solía explicar cuando hablaba de él. Pero todo lo demás no correspondía. El abuelo era un completo misterio. Tanto como sus elusivas liebres. Atesoraba su catalejo, casi tanto como Fabián mismo hacía con su clarinete. Y ambos tenían la costumbre de llevar consigo sus tesoros en aquellas largas caminatas por el bosque. Mientras el joven Fabián ensayaba su música, su abuelo se perdía en fantasías a través del curioso telescopio victoriano. Para la gente del lugar, ambos parecían venidos de otra galaxia.

Fabián cumplía su cuarta década, y lejos de haber tenido la ocasión de celebrarlo perdiéndose en el bosque como en aquellos tiempos, hoy se encontraba en medio de una larga gira sin descanso. Ni siquiera hoy que era su cumpleaños, había tenido más de cinco minutos entre conciertos y ensayos, para atender a su mujer e hijo al teléfono.
En el otro rincón de la habitación del hotel, descansaba, silencioso, el catalejo de bronce. El abuelo había decidido dárselo a él antes de cruzar el portal hacia otras dimensiones, y Fabián siempre lo llevaba consigo en sus viajes. Pese a que rara vez lo usaba, se había convertido en su talismán, aunque a menudo se preguntaba si no sería por eso, que cuandoquiera y dondequiera que estuviese dando un concierto, siempre acababa oyendo en su mente: “Mira las liebres, ¿las ves?” –con la consecuente reprimenda de directores de orquesta o compañeros de banda, por sus constantes despistes mientras tocaban.
“No puede ser, Fabián”, le decían, “En los ensayos siempre sale perfecto, y en cuanto salimos al escenario, no falla un día que no des una nota fuera de lugar…”.
Se sentó al borde de la cama, respirando hondo por primera vez en todo el día, y cerró los ojos. Sintió un escalofrío, de pronto se dio cuenta de que no se sentía bien, y decidió tumbarse. La piel le ardía, y por alguna extraña razón, no podía parar de pensar en el catalejo, como si le estuviese llamando. Mareado, confundido, acabó por levantarse y tomarlo entre sus manos, sin saber muy bien qué hacer con él. El mundo le daba vueltas.
Fiebres… Liebres… Fabián comenzó a pensar si no serían fiebres a lo que se refería su abuelo, pero no, no podía ser… Para salir de dudas, abrió las cortinas de la habitación, y enfocó el catalejo hacia el cielo nocturno, esperando encontrar la más completa oscuridad. Para su gran sorpresa, algo veloz surcó el cielo en ese momento, rebotó entre varias estrellas, y volvió a desaparecer entre las nubes.
Sobresaltado, Fabián retiró el catalejo y se frotó los ojos, aturdido por la repentina fiebre. Después, lleno de curiosidad, volvió a enfocar con el catalejo, ésta vez a la calle desde la ventana. Abajo, entre las sombras del callejón cercano, de pronto divisó una sombra larga, asomando entre dos cubos de basura. Volvió a ver algo similar al enfocar justo debajo de su ventana, donde cuadrúpedas sombras ágiles corrían calle abajo, perdiéndose entre la multitud.
Todavía más confundido, Fabián cerró la ventana y volvió a correr las cortinas, sentándose a continuación al borde de la cama, mirando al infinito, todavía sosteniendo el catalejo en una mano, sin poder comprender lo que estaba sucediendo. ¿Sería simplemente el estrés, la fiebre…? ¿Estaba alucinando acaso? ¿O se trataba de algo muy diferente…?
“¿Las ves, Fabián?”
De nuevo, la voz de su abuelo le hablaba desde el fondo de su mente. Sólo se le ocurría una posibilidad, pero resultaba demasiado disparatada. Sin embargo, ¿qué podía perder…? Acostado mirando al techo, agarró el catalejo una vez más, y echó un vistazo apuntando directamente sobre sí. La pintura del techo, blanca a primera vista, dibujaba una silueta que sólo podía verse a través del catalejo, por alguna extraña razón. Era la silueta lagomorfa de un conejo. O… de una liebre.
“¿Las ves, Fabián? ¿Las ves ahora…?”
-Sí, abuelo…- murmuró Fabián para sí-, las veo… pero no entiendo…-.
En ese momento, un pequeño papelito cayó de entre los segmentos extensibles del catalejo. En él había un mensaje escrito en diminutas letras, apenas legibles a primera vista por su reducido tamaño:
“Si lees esto, es que ya las has visto. Son las liebres, Fabián… Un rasgo único en nuestra familia. Debido a nuestros genes, a veces nuestra temperatura sube, y vemos cosas que nadie más puede ver. Las “liebres…” Tu padre nunca las vió, murió demasiado joven para manifestar este gen. Yo tampoco viví suficiente para verlas contigo, pero estoy convencido de las verás, e incluso se las mostrarás a tus descendientes. Mi abuelo construyó este catalejo que amplifica el efecto, para enseñarme a mí a verlas… ¿comprendes ahora, mi pequeño músico? ¿Las ves?”
Fabián sintió, por primera vez en muchos años, algo diferente dentro de sí. De pronto, la fiebre ya no le hacía sentir enfermo, sino vivo. Más que vivo, inspirado. Miró a su alrededor con el catalejo, contemplando distraído las diferentes formas huidizas que se escondían en los rincones de la habitación, entre los pliegues de las cortinas, y hasta entre las líneas de su mano… Sin duda era algo fascinante. Por primera vez, comprendió la insistencia de su abuelo durante todos aquellos años.

Dos semanas después, de regreso en casa, Fabián llevó a su hijo al bosque, pero esta vez no llevó su clarinete, sino el catalejo de su abuelo. Casi se sorprendió a sí mismo al verse colocar el instrumento ante los ojos del niño mientras preguntaba:
-¿Las ves, Carlos…?-


Nieve Andrea, 25 Abril 2015



Friday 27 October 2017

VIEJO

Cuenta la leyenda que, a la hora de crearlos y nombrarlos, los números no quisieron ser motivo de malestar para el pueblo humano. Por ejemplo, en el Antiguo Idioma sin nombres ni palabras, los hombres tenían pudor para hablar de su edad, de modo que los números quedaban a menudo fuera del ámbito cotidiano. El Idioma Castellano, por el orden y buen comportamiento de aquel larguísimo colectivo, quiso premiarlos y les prometió no relacionarlos nunca con aquella gran desgracia de la Humanidad: sentirse VIEJO. Pero he aquí que la promesa era un gran reto para Castellano; es muy difícil hablar de tener cien años y no pensar que uno es VIEJO. El Idioma meditó largas horas sobre el problema: podía apartar a los primeros números de la vejez con facilidad, pero… ¿cómo desvincular de ella al sesenta y siete, al setenta y nueve, y qué decir del noventa y dos? El desafío comenzaba a tomar dimensiones inabarcables… ¿y el ciento tres? Conforme más avanzaba buscando, más difícil resultaba hallarle respuesta a aquel problema.
Hasta que, de pronto, alguien dijo: “VIEJJJJJJO”, delante de Castellano. El Idioma, molesto por los rasguños que aquella hiriente “J” de “VIEJO” le había provocado, supuso que sería aquello lo que sacaba de quicio a un hombre al sentirse VIEJO, y decidió que no incluiría ese duro espolón en el nombre de ninguno de los números. Supo que, con eso, ya les quitaba, incluso a los que denotaban cierta senectud en el ser humano, ese sabor rancio de lo VIEJO. Así pues, decidió bautizar a cada número, pero siempre cuidando de que aquella “J” de VIEJO no estuviese presente.
Esto bien lo olvidaron los hombres de hoy, y por eso aún temen que el nombre de su edad les raspe como si dijesen VIEJO.



Nieve Andrea, 28 agosto 2005


Thursday 26 October 2017

El Buen Jinete (un cuento sobre egos)

Se ha hablado mucho del Ego, pero… ¿qué es realmente esta entidad? Hay quienes ven un monstruo terrible al que hay que matar, y se gastan la vida persiguiéndolo a golpe de lanza… o de mantra. Otros se han dejado engatusar por él, un hábil prestidigitador que les promete la felicidad eterna a cambio de una total sumisión… y por supuesto jamás cumple su palabra. Otros aseguran haber acabado con su Ego hace siglos; lo que no saben es que sigue escondido tras sus propios ojos; los demás lo ven, pero ellos no, y así surge la discordancia.

La única verdad es que esa entidad “tan terrible”, es parte de sí mismos, y precisamente al separarse de ella “para ser libres”, dejan de vivir sus propias vidas, guiados por un falso YO, con el que se identifican, y que les hace creer que las decisiones que toman son realmente suyas… Pero este falso YO controlador, contra lo que se cree, sólo puede existir cuando el Ego ocupa un lugar que no es el suyo.

La vida es en el fondo un teatro -en el buen sentido-, y todo ser existente necesita un “personaje” para salir al escenario. Una nueva entidad que surge del UNO, una gota de Luz (la Esencia), necesita una forma concreta para manifestarse en este plano… así sucede la Creación a cada instante… Esa forma concreta, y no otra cosa, es el Ego natural, o mejor dicho el complejo EgoMenteCuerpo: una herramienta completa, todo lo sofisticada que uno quiera, pero una herramienta al fin y al cabo, y por lo tanto siempre al servicio de la Conciencia. No deberíamos darle a este Ego sano y natural, el puesto equivocado en el trabajo de la Existencia, sabiendo que ser VEHÍCULO para la gota de Luz es lo que le realiza, lo que hará felices a ambos.

Si un día intentásemos pensar con los pies y andar con el cerebro, ninguno de los dos se beneficiaría en absoluto, y además moriríamos en cuestión de segundos…


Para verlo más claro, imaginemos que un jinete enfurecido persigue a su caballo intentando matarlo porque está mal domado, “le pesa” y “le confunde”. ¿Tendría sentido? Ahora imaginemos otro jinete cuya cabalgadura se hizo su jefe y le ordena llevarlo a cuestas día y noche… ahora es él quien persigue la zanahoria… qué cansado… Pero aún hay más: allá lejos se ve otro jinete con unas gafas que sólo le permiten ver lo que hay a su misma altura, de forma que no ve al caballo que lleva debajo, y por tanto va por la vida engañándose y creyendo que es él quien anda, mientras el animal se ríe de él y lo vuelve loco…

(Por supuesto, estos animales no son en absoluto traidores como lo sería un ego malcriado, sino todo lo contrario, por eso aclaro que en este artículo voy a usar al caballo como el símbolo tradicional en la mente humana, y no como el animal en sí… los équidos me perdonen…)

El mundo está en realidad lleno de estos jinetes, y todos sufren infinitamente en la ignorancia: ven al enemigo donde sólo hay una herramienta maravillosa que el UNO les dio para su comodidad…

De pronto, aparece en la escena un jinete sonriente, sobre un caballo sin riendas ni silla, y ni siquiera intenta que el animal le obedezca, sólo le habla en susurros… ¡y su montura hace todo lo que él le dice!

Los demás jinetes le miran de reojo con envidia, y también lo hacen sus propios caballos, relinchando entre dientes. Espoleando unos, y dando coces y mordiscos los otros, se revuelven, ante la sonrisa del recién llegado y la mirada pacífica y confiada de su corcel, que no comprende qué hacen aquellos congéneres suyos atados hasta los dientes, torturados, y en guerra con sus guías...

En cambio, el jinete sonriente sí que lo entiende -su caballo no lo recuerda ya, pues el cariño todo lo lavó-: hace mucho tiempo, también él peleaba con su cabalgadura, hasta que Alguien puso un espejo en su camino, y al verse como un feo y creído dictador, se avergonzó y cambió su actitud. Comprendió entonces que el corcel era un regalo casi divino, y se sintió agradecido. Le pidió perdón, le quitó todas las ataduras y le curó las heridas. Después lo llevó a un prado, le dio agua, y cuando estuvo más tranquilo, se fue acercando a él, de frente, sin engaños, sin trucos. Al principio el caballo intentaba morderle, daba coces al aire y salía corriendo, mirándole de reojo y relinchando nervioso. El jinete suspiraba entonces, regresando día tras día a su puesto, en una esquina del prado.
Empezó a llevarle golosinas y las dejaba cerca; a veces el caballo se acercaba a comerlas, pero en cuanto estiraba la mano para tocarlo, huía al galope, resoplando. Todo parecía apuntar a que nunca volvería a montar en su corcel; ahora el animal confiaba en él aún menos que antes. Pero aquello no había sido confianza, sino que, como el caballo había temido al hambre y a los depredadores, había preferido soportar su tortura para sobrevivir. Pero ahora estaba en un prado, a sus anchas, comiendo todo lo que quería, y sin ningún peligro a la vista; sin ningún plan de abandonar su paraíso personal. En algunos momentos, el jinete se arrepentía de haberlo dejado libre, porque ya no podía recuperarlo. Estuvo a punto a abandonarlo allí, pero algo le retuvo, diciéndole: “¿Y cómo vas a vivir en un mundo donde todos tienen un caballo y tú no? Serás un completo extraño, no entenderás nada, y al final morirás de aislamiento… y lo mismo le ocurrirá a tu corcel, que está solo al fin y al cabo…”.
Así que el jinete cultivó paciencia y constancia, y esperó durante días, meses, casi años, hasta ganarse la confianza y el cariño de su caballo; hasta que un buen día, éste se agachó para que subiese, entregándose a él comprendiendo que eran UNO. Emocionado, el jinete montó en su lomo, sintiendo lo mismo. En ese momento hubo una conexión muy especial: como no había ninguna barrera entre ellos –ninguna silla, ninguna espuela-, se convirtieron en una sola cosa… algo que casi recordaba a un centauro, y sin embargo, podía distinguirse qué era qué. El caballo, que se había visto a sí mismo, dejó el mando al jinete, la gota de Luz, que veía mejor desde allí arriba; y el jinete, que también había encontrado su sitio, dejó la fuerza terrenal al caballo, que dominaba el suelo bajo sus cascos. Sólo cuando la gota de Luz accedía al UNO, el caballo le esperaba por allí cerca, mientras su jinete caminaba por terrenos sólo accesibles a otro tipo de pies…

En el mundo ecuestre ha surgido una corriente de pensamiento que considera al animal como un ser inteligente y sensible; y apuesta por una forma de domar a los potros que no les cause dolor ni miedo: la llamada “doma racional”.
(Ninguna doma es justa, ya que todos los animales deben vivir libres y no para servir al humano (ni para ser devorados por él), pero al menos consigue que, quien desea ser amigo de un caballo, sea un verdadero amigo, y no un dictador sobre sus lomos).

Esta doma se basa en comprender la psicología del animal, sus reacciones, su lenguaje; se trata de “hablarle en su idioma”, dejar que él se acerque en lugar de perseguirlo, y hacerle  ver que no somos un depredador sino uno de los suyos (supongo que funcionará mucho mejor si el domador es de verdad un no-depredador, es decir, 100% vegetariano…). La técnica incorpora algunos puntos de masaje que relajan totalmente a los potros, de forma que acaban tumbados en el suelo, y el “domador” puede incluso tenderse sobre ellos. Al final del proceso, el caballo confía plenamente en los humanos, y está abierto a nuevas instrucciones; generalmente empiezan a montarlos enseguida, enseñándoles “paso, trote, galope”, con señales de voz y jamás espuelas o fustas.

Un caballo que confía plenamente es un poderoso aliado; nunca un enemigo. Este sistema inspira algo más que una simple técnica de domesticación “menos cruel”: es la perfecta metáfora para aprender a domar nuestro propio “caballo”: el complejo EgoMenteCuerpo… pero principalmente el Ego, que posteriormente manejará a la Mente; el Cuerpo, por su parte, hará todo lo que la Mente le diga… Si se pretende controlar la Mente, el Ego reclamará su lugar… lo mismo hará la Mente si le quitamos su puesto dirigiendo el Cuerpo, y nos jugará malas pasadas… así que el trabajo de la gota de Luz (nosotros, jinetes), ha de ser siempre sobre el Ego, digámoslo así, “el alma del caballo”. Una vez que hagamos sinceramente las paces con él, todos los miembros del complejo “Ser Humano” ocuparán su lugar y no habrá lugar a traiciones por ninguna de las partes.

Como se puede deducir de todo esto, matar al Ego no es posible ni recomendable; y todo el problema con él se origina al confundir los papeles. Quienes dicen no tener Ego, dominan a su caballo con dolorosas espuelas, silla segura, bocado de espinas. Lo tienen tan maltratado y sometido, anulado, falsamente “controlado”, que mientras se mantiene la tensión y el dolor, el caballo no se desvía un milímetro, y creen que siempre será así. Pero maltratar sólo genera ira, y ésta se va acumulando hasta que, “inesperadamente”, ese ser “celestial” típico en el papel de santo, se despista por cualquier cosa, pierde el control que nunca tuvo, y se le desboca el caballo. Y claro, no es un desbocamiento corriente, sino lleno de rencor y odio por parte del animal… completamente incontrolable, y muy difícil de reparar.

Es el momento de darnos cuenta de que cada uno de nosotros es una Unidad completa y que, para que funcione, todas las partes han de estar en su sitio: la fuerza, la Conciencia, la Esencia (esa gota de Luz)… De la misma manera, todo ser viviente es parte de otra Unidad mucho mayor, pero en el fondo idéntica, por lo que también nosotros, como individuos, tenemos que encontrar nuestro sitio... ¿No merece la pena reflejarlo en nuestra vida? No hay que olvidar que los seres vivos somos la conexión entre el UNO y Madre Gaia, y al sintonizar jinete y caballo dentro de nosotros, creamos la corriente de la Vida.

Por último, y volviendo a nuestros hermanos équidos, que son también gotas de Luz con vehículo, y con el mismo deseo de libertad y felicidad que todo el mundo, diré que nuestro propio EgoMenteCuerpo es el único caballo que deberíamos domar y montar…

Nieve Andrea, 2009

Wednesday 25 October 2017

Átomos y Estrellas

En torno a un ínfimo sol sin nombre, aquel que ningún ojo humano puede detectar, danza un planeta solitario. Un planeta minúsculo, luminoso, vibrante. Se diría que omnipresente, ocupando todo el espacio en torno a su estrella, plagando la esfera de innumerables chispas de energía.

Vecino, existe otro “sistema solar” idéntico al primero. Los une un tercer sistema solar algo mayor, en torno al cual zigzaguean ocho planetas, haciéndolo brillar el espacio en torno al núcleo, combinando su fluyente melodía con la de los pequeños sistemas solares. Esta combinación de melodías vibra entonces como un único acorde de existencia, más conocido como molécula.

Agua.

Inmensas cantidades de estos pequeños sistemas solares agrupados, fluyendo, cristalizando, flotando y ascendiendo, para luego volver a caer, en perenne estado migratorio. Y, sin embargo, esta constante migración resultaba inconcebible para quien lo observase desde demasiado lejos… o desde demasiado cerca.

“Demasiado Cerca”, sobre la faz de uno de estos planetas atómicos, asomando desde las profundidades de la tierra, enraizado y elevando la mirada, crecía un ser. Una conciencia despertó, un ojo se abrió, y miró al cielo.

“Demasiado Lejos”, frente una taza de té humeante, bebía un ser. Una conciencia despertó, dos ojos se abrieron, y contemplaron el líquido con curiosidad.

Dos universos conectados. Dos niveles de existencia. Nuevos niveles de armonía sonora.
El ser con la taza de té de pronto comprendió, maravillado, cómo infinitas galaxias, contenidas en su taza de té, giraban, vibraban, cantaban… sonaba la música del agua, más allá del simple sonido salpicado y fluyente que hasta ahora había asociado con la idea de acuático. Había algo más, algo más profundo, en el sonar básico del agua en sí, pero no lograba darle explicación. Sólo podía oírlo… e incluso la idea de “oír” resultaba ser una metáfora. Una música de tal naturaleza, pensó, no se podía oír con los oídos.

Entonces miró afuera. La lluvia resbalaba por los amplios ventanales de la cafetería, creando largos ríos cristalinos. Más universos sin explorar. Más infinito donde perderse… y tal vez encontrarse.

Y volvió a contemplar el té frente así, removiendo pensativo.

Y allí en “Demasiado Cerca”, seguía un ser observando el firmamento, fascinado por lo enorme, mistificado por lo inconcebible de aquella quietud. Sintiendo un escalofrío recorrerle las raíces, se preguntaba, curioso, cómo se vería todo aquello… “desde fuera”. Si es que había un “fuera”… y si lo había… seguramente estaría demasiado lejos.

Al mismo tiempo, infinitos ojos en el microuniverso miraban de dentro afuera llenos de asombro, mientras innumerables ojos en el macrouniverso hacían lo propio de fuera adentro. Este continuo y mutuo contemplar entre diferentes acordes existenciales, generó entonces una sinfonía de realidades. Una canción, diríase, que no comienza ni termina, sino que gira indefinidamente, sin un alfa ni omega al que asirse. Una sinfonía libre.

Mientras tanto, el acorde Agua fluye entre los demás acordes encontrando su camino, creando ríos y manantiales de vida y de galaxias, manifestando lo no manifestado, a cada instante, y siempre distinto.

En el mismo lugar, a otro nivel, un joven ser contempla los ojos de otro ser algo menor. Este retrato, en palabras humanas, describiría una niña mirando a su hermano pequeño a los ojos. Perdiéndose en la inocencia de su mirada. Es algo que han hecho desde que él nació, y cada vez sin excepción, ella siente en su corazón ese fluir de cálida agua, o de inmenso cariño por el niño que sostiene sentado sobre sus rodillas, y que día a día llena su vida de gozo. No puede evitarlo, y pronto esa agua de alegría llega a sus ojos, en forma de lágrimas de emoción.

“Demasiado Cerca” dentro de aquella lágrima, otro ser contempla el vasto universo, sonriente, maravillado. Sabe que forma parte de algo muy especial, aunque no es capaz de comprender qué –tal vez se trata de algo mucho mayor de lo que puede ver desde su propia existencia-, pero le basta. Sentado entre las dunas, mira al cielo, fascinado por la belleza de aquellos puntos de luz cuya naturaleza es un misterio para él. Esta noche, intuye, algo muy especial está a punto de suceder. Aquella luz… aquella estrella, se está haciendo mayor cada día. Tan enorme… tan veloz…

Y de pronto sucede. El cielo transmuta, el firmamento se mueve años luz en sólo unos minutos, girando y agrandándose en una danza silenciosa, ante los ojos maravillados del ser que observa.

“Demasiado Lejos” para que este ser fascinado pueda comprender lo que está presenciando, Alía siente la pequeña mano de su hermanito acariciando su mejilla, encontrándose aquellos deditos con su lágrima de emoción por un instante.

-Agua…- balbucea sonriendo San, mirándose el dedo humedecido con sorpresa, y encogiéndose con timidez entre los brazos de su hermana.

-Sí, San…- responde Alía, sintiendo su corazón rebosar de cariño, y abraza a su hermano, besando su frente con devoción-. Agua de alegría-.

El pequeño levanta la vista para encontrarse de nuevo con los ojos de su hermana, y ríe lleno de felicidad.

“Demasiado Cerca” para que ellos puedan comprender, el ser que contempla la danza cósmica desde las dunas, emocionado por la increíble belleza, siente de pronto el acorde Agua resbalando por sus mejillas…


Nieve Andrea, Cornwall UK, Junio 2015


Monday 23 October 2017

Pushing Daisies

‘Grandma?’
‘Yes?’
‘Are you there?’
‘Yes, of course I am here, who else do you think is talking, the Tooth Fairy?’
‘Okay, okay, grandma, don’t get all grumpy!’
‘Hahahaha! You can’t even take a bit of humour anymore? You’re the one getting old now…’
‘Grandma, this is serious…’
‘Okay, okay, so tell me, what’s going on? Shall I call your grandfather?’
‘Oh he’ll end up crushing his new cello on someone’s head if he finds out, so I’m not sure that’s the best idea…’
‘Well, you know how he is… a true karma deliverer, on one and the other side… Hahahaha! If he hits someone it’s because they deserve it…’
‘Ever since he got the cello, I’m more careful about letting him know what’s going on… it’s not that easy to explain, you know… one second someone is bullying you in school, and the next, a huge instrument comes out of the air and hits the bully and disappears back into thin air… Hahahaha!’
‘So are they bothering you again?’
‘No, this time it’s not those… Oh, I know what’s going on… times must have got mixed, what year is where you are?’
‘No year, dear… don’t you remember? From your last dream…?’
‘Hmmmm… not completely sure I remember that part. I do remember grandpa saying that in no way I should mention you guys are not… not...’
‘Pushing daisies?’
‘Yeah… but... I mean… you are dead… aren’t… you?’
‘No, of course not…’
‘But I was at the funeral!’
‘We are not dead; just on the other side, dear… oh, something must have got lost. I told your grandfather to not call you from that old phone… it always loses information.’
‘I really don’t understand a thing you’re talking about now…’
‘It doesn’t matter, darling… I’ll just have to talk to him and you’ll probably get another call soon… just next time, don’t hang up after a few seconds of silence…’
‘Oh?’
‘Don’t worry, you’ll find out… you’ll find out… But what’s happening on your side? Are those bullies bothering you again…?’
‘Grandma, it’s 2015… I’m no longer at school… I’m 30 now…’
‘Oh! Then I know what happened… we called you to the wrong year… Oh dear!’
‘Grandma, listen.’
‘Yes?’
‘There’s this guy at work, who saw grandpa’s picture in my wallet the other day, and he swears he’s seen him before… He’s 100% sure he saw him a few months ago when he was on a plane to Japan, and then he saw him again just a couple of weeks ago when he was in Hawaii on holidays…’




(Second part requested by reader)
‘That sounds a bit risky, my darling… I warned him to specifically NOT make himself visible…’
‘Well he warned ME not to talk to anyone about it, so why is he appearing everywhere and showing himself to random people…?’
‘He loves to play the cello in old abandoned places, and scare the heck out of random visitors… he always said he wanted to do that, and the only thing stopping him was… well, living among the living… Now he can sneak out whenever I get distracted looking at some star being born, or watching the souls migrating… I always wondered where he went.’
‘Grandma, this is not funny… it’s confusing everyone here!’
‘Okay, okay, I’ll call him now…’
‘Make sure it’s quick… I don’t have much time. Oh you know what? He even appeared in pictures from the past… he’s been travelling to the past to give himself messages.’
‘How do you know that?’
‘Well, I took a look at my old school books and he’s there, among a group of people in a supermarket, he’s there. I don’t remember seeing him there before, when I was in school…’
‘Oh dear!’
‘Grandma please, ask him to call me soon!’
‘All right, as soon as I find him I’ll tell him to call you. Do you still have that old telephone we used to have for decoration in the old house…?’
‘The old beautiful one that didn’t work…?’
‘Yes, that one.’
‘Oops…’
‘What do you mean, oops? You’re not telling me you lost it!’
‘Dad sold it last year to pay bills…’
‘Now I see why you didn’t pick up…’
‘Wait, you’ve been calling to that telephone?’
‘Of course! Why do you think we got it just before we left?’
‘Now whoever bought that telephone must be scared to the bone every time it rings…’
‘Oh we used to have mysterious calls from it too… that’s how we learned about this place.’
‘You were talking to the other side????? REALLY???’
‘Well, we didn’t have that “accident” “by accident”...’
‘Oooooookay…’

‘You’ll see. I can’t say much more right now… Now try to track down that buyer and tell your father that grandpa is going to pull his ears the next time he sees him…’

Nieve Andrea, 2015



Julia

Salida de la nada, pintaba paisajes durante el día para meterse en ellos cada noche. Era su vida. Su alimento y su distracción. Su razón de existencia.
Un día de agosto pintó un paraíso que la cegó de tal forma que no pudo después dejar de mirarlo en toda la noche, ni tampoco en las siguientes…
Primero fue sólo una especie de admiración especial, una fascinación verdaderamente extraordinaria. Pero luego la fuerza de atracción fue aumentando, y pasó a convertirse en una verdadera obsesión, hasta el punto de no poder olvidarlo en ningún momento.
Ocurrió que, de pronto, cuando se encontraba tranquilamente una noche en un bar, sintió una sacudida. Se preguntó qué podría ser, pero, antes de que le diese tiempo a discurrir una respuesta, allí estaban, frente a sus ojos, aquellas siluetas oscuras en un atardecer costero tropical.
La imagen flotaba inexplicablemente en el aire sin otro soporte que el humo del local mezclado con la música de fondo. Sonaba entonces Eric Clapton  en los altavoces de aquel viejo antro.
El aparente paisaje fue creciendo en tamaño y realismo a cada segundo que pasaba, y pronto le pareció que se había plantado allí sin más.
Entre la confusión de la juerga y que llevaba varias copas de más, le pareció normal el hecho de que su propia pintura hubiese decidido acompañarla en su salida aquella noche.
Pero pronto comenzó a sentir la fuerza otra vez.
El lugar le llamaba. No la dejaba salir de su propio mundo, un mundo que ella misma había creado.
Incluso podía oír el sonido de las olas rompiendo suavemente en la arena de la playa, mezclado con el vago sonido del disco del bar; llegó a sentir la brisa que le revolvía el pelo a la muchacha solitaria de allá, suya silueta se recortaba contra el enorme sol poniente. La imagen le atrapaba. No podía ser otra cosa. Pero el extraño fenómeno despertó su curiosidad, y decidió ir más allá.
“Si este es mi cuadro, supongo que podré investigarlo a fondo”. Y dicho esto, fue a dar una vuelta por los alrededores.
Primero quiso acercarse a la palmera más próxima, aquella que tanto tiempo le había llevado pintar, pues constantemente las hojas se le iban prácticamente de las manos. Pocas personas saben lo difícil que es conseguir que una palmera de polvo pigmentado se asemeje a lo que quiere ser.
Allí, bajo la palmera indibujable, la solitaria muchacha protagonista de la escena contemplaba, pensativa, la puesta de sol.
Y Julia se preguntó por primera vez quién sería. La había creado ella, cierto, pero tenía necesariamente que ser alguien, ¿no? ¿Quién era, entonces?
Se le antojó que podría ser una amiga, así que se acercó, y a cada paso el magnetismo aumentaba. Se la comía. Pronto no podría salir del cuadro… ¿o ya no podía? Aquello ya no importaba. Se había apoderado de ella el deseo de recorrerlo, y no tuvo en cuenta que el mundo que hay tras el cuadro es mucho más de lo que éste muestra…
Cuando llegó junto a la muchacha, se dio cuenta de que el rostro le resultaba, de algún modo, conocido, pero no consiguió situarlo dentro de su mente. Le saludó, pero ella no le oía. Simplemente, Julia “no existía” allí. Y la prueba más definitiva era que sus pies se hundían en la arena sin tan siquiera tocarla ni moverla, y que la palmera que tenía al lado era, así mismo, traspasable. ¿Cómo podía, entonces, “estar allí”, si “no existía”?
De pronto, le sobrevino una angustia. No existía, y además no sabía cómo salir de allí. Atrapada en su propia fantasía. O en su propia realidad, según se mire. ¿Qué pasaba si aquello era la realidad, y el “mundo” era sólo un cuadro? Nada podía probar lo contrario, y menos ahora que ella estaba allí viéndolo todo.
El mar de allá al fondo seguía enviando pequeñas y calmadas olas hacia la orilla, y el sonido se asemejaba a una voz que dijese: “Julia, Julia…”
Entró en el juego que su propia obra le proponía, y se acercó al mar. Éste era cálido y agradable, y le dieron ganas de quedarse allí el resto del tiempo. Pero éste parecía no existir, pues un rato después se dio cuenta de que ni la muchacha, ni la marea, ni el sol, habían cambiado. Allí debía de existir el movimiento y la vida, pero no esa cuarta dimensión llamada tiempo.
¿Vida sin tiempo? Lo pensó unos instantes, y llegó a la conclusión de que lo que allí había no podía ser vida. Por tanto, la jovencita que miraba la puesta de sol no estaba viva. Se movía, pero no vivía. No existía.
El sol permanecía allí, semiescondido en la línea del horizonte, sin subir ni bajar.
Entonces le entró el pánico. Ella tampoco podía, entonces, cambiar. Claro, podía moverse por el entorno si quería, pero el caso es que había algo en ella que se lo impedía. ¿O venía de fuera?
Perdida.
Atrapada en un mundo que ella misma había dibujado.
Allí estaba, metida en el mar hasta la cintura, de espaldas a quien viese la escena, mirando también al eterno sol poniente.
Y en ese momento, no se sabe cuál, pues en el cuadro no existía el tiempo, un adinerado joven aficionado al arte, contemplaba una pintura en una sala de exposiciones.  Representaba a una joven bajo una palmera, viendo una espectacular puesta de sol.
Con gesto interesado y mirada crítica, se acercó a la obra, al divisar allá al fondo, casi imperceptible a simple vista, a otra mujer, también de espaldas y a contraluz, pero metida en el mar.
Había algo en aquel cuadro que le atraía, a pesar de que era una simple pintura de hacía más de treinta años y anónima; de alguna manera, le pareció que viéndola estaba conociendo al artista. ¿O sería LA artista?
Para su mala fortuna, el cuadro no estaba en venta.
Aquella noche, dicho sujeto se encontraba en la azotea de su casa tomando el fresco aire de primavera, cuando de pronto recordó  la imagen que tanto le había fascinado en la exposición.
Después de un rato, descubrió que no podía dejar de pensar en ello,  y aquello le atormentaba tanto que empezó a ver luces alrededor, hasta convertirse todo en el cuadro, que le rodeaba.
Cerró los ojos, y abajo en la calle (o eso creyó él) se oyó una voz misteriosa, no se distinguía si era masculina o femenina,  que decía: “¡Julia…!”


Nieve  Andrea – 7 de septiembre 2003

(Publicado en el número 18 de Una Vez en Pamplona, diciembre 2004)


Saturday 21 October 2017

Acuarela sideral sobre papel de emoción

Testigo de una conversación transparente,
he sido irradiada por esa dulzura:
por una luz de alegría,
por un marco de ternura.

Presenciar dos almas o dos galaxias,
conversando en eterno presente,
llegando al fondo del infinito,
entre pasos de tango, salsa y más allá.

Contemplar un amanecer, atardecer,
zenit de mediodía y gran luna llena,
brillando al unísono en esos ojos que se hablan,
se sonríen, se acarician con la mirada.

Sentir en mi propia alma la calidez de aquel abrazo,
la vida en esos pasos, la felicidad de aquellas risas,
nacer en mis propios ojos la ilusión,
mientras vibra la felicidad en el ser.

Por un relámpago de pies fluorescentes,
por una felina presencia artística…
he sido irradiada por esa magia:
testigo de la dulzura hecha canción.

Nieve Andrea, 17 Octubre 2017
Cuadro: https://fineartamerica.com/featured/soulmates-nieve-andrea-.html


Wednesday 18 October 2017

Los Luceros del Mañana

…y esta vez era un inmenso bosque lo que se abría ante mis ojos. Bajo un sol de brillo inconcebible en su áureo haz, los baobabs de mi historia se erguían, satisfechos de agua, con sus troncos henchidos; ningún sonido ajeno a su continuo murmurar llegó a mis oídos.

El camino terminaba allí. No había rastros, ni para la vista ni para ningún otro sentido –gran parte del viaje lo había hecho siguiendo señales olfativas, rastros de corrientes cálidas en aire o agua, e incluso los cantares de los cisnes-. Todo parecía indicar que las mariposas de la lluvia habían interrumpido su paso por aquella zona; nadie se había encargado de beber el agua excesiva del monzón del verano, como pude comprobar al mirar hacia abajo. Mis pies, descalzos desde hacía semanas –por golosería de uno de los camellos del comerciante que me guió a través del desierto de Somonaya, cuyas dunas se irisan de manera mágica al subir la luna en el cielo-, se hundían en el lodo hasta la desnuda rodilla.


Traté de avanzar, pero fue in vano. Pocos metros más allá, el fondo del barrizal alcanzaba profundidades desmesuradas. ¿Cómo hacer para llegar hasta la Montaña del Sol, si sólo podía alcanzarse cruzando primero el Bosque de los Mil Baobabs? Sin duda era aquél, pero me constaba que la zona era más transitable. Algo había pasado, y las Mariposas de la Lluvia se retrasaban. Si nadie se bebía toda esa agua, pronto muchas cosas cambiarían en Tierra Olvidada, y las nubes ya no serían tan dulces, ni podrían recorrerse a pie las estepas, y mucho menos buscar, como yo había en aquel momento –como mucha gente optaba por hacer en algún momento de su vida-, los luceros del mañana.

Nieve Andrea, fragmento de una carta a Darío el 30 noviembre 2005

Huella

-¿…y si al final no quedase nada, Horacio? Si tarde o temprano vamos a desaparecer, si la Tierra, el Sol y hasta la galaxia y el universo entero van a desvanecerse un día, ¿qué importa lo que hagamos, lo que pensemos, lo que creemos y creamos...? ¿Qué importará si un día dejamos de ayudar al de al lado, o si luchamos por la justicia? ¿Qué le importará a nadie si fuimos buenos de corazón, o despiadados psicópatas? ¿Quién recordará siquiera quiénes fuimos, y mucho menos nuestras acciones… olvidadas en una simple mota de polvo flotando en el espacio, que desapareció hace miles de millones de años, engullida por una supernova…? No quedará siquiera nadie para recordar… ¿Tienen acaso relevancia alguna nuestros actos, pensamientos, ideas…? ¿Quedará algo después del fin…?-

-Mi buen amigo Lázaro… de todo el principio y el final, y de la eternidad ocupando el espacio entre ambos, y de nuestra presencia como seres divinos, el Eterno Retorno es lo que queda. El Eterno Retorno es nuestra huella-.



Nieve Andrea, Octubre 2017

(fragmento de un tal vez futuro relato, o realidad…)

Tuesday 17 October 2017

Muletas


Sostenidos por un hilo que suponemos maroma,
aferrados a un día pasado creyendo sostenernos en hoy…
pero cayendo irremediablemente en mañana.
Y vuelta a empezar.

Apoyarse en una razón, aunque persiguiendo otra;
pensar que para llegar a la siguiente falta un tramo,
pero continuar con un nuevo rodeo.
Distanciamiento eterno.

Ralentizar, por miedo a lo desconocido,
agarrándonos al inestable asidero de la mente,
sin confiar jamás en lo que hay.
La ilustrada ceguera.

Plantarnos en esa falsa seguridad,
dudar buscando lo inmutable,
ignorando que la vida consiste en estar vivo.
Miedo al movimiento.

Dependiendo del exterior
-circunstancias, vacías diversiones-,
sin advertir que no hay separación.
Desconocimiento.

Muletas para no caernos del mundo,
apaños sujetos al devenir inseguro
de una vida sin argumento,
prisioneros de nuestros propios temores.

Muletas a cada momento
-porque sin ellas “no podríamos” caminar-;
no saber sostenerse en pie,
y pensar en alas…
¿Ignorancia?

Una máscara mientras cambio en esencia,
excusarme por hacer lo que no acepto,
vida eternamente provisional
y programada para cuando, un <<mañana>>, lo haya superado.
Ausencia de presente.

Hay quien no usa muletas porque SABE,
quien camina porque VE
 y quien vuela porque QUIERE.



Nieve Andrea, entre 0:30 / 29 agosto 2005 y 29 enero 2006
Imagen: Mike McGlothlen https://fineartamerica.com/featured/crutches-mike-mcglothlen.html