Wednesday 29 August 2018

Cabalgar la Ola


 Verte surfear.

Dibujo perfecto dentro de aquella forma de agua,
espiralando tu existencia en esa ola rizada,
la misma que antaño te engullía:
en sus entrañas te hundías
hasta casi desaparecer…

Pero ahí estás.
Hoy.
Presente, en pie y a flote.

Atrás quedaron épicos naufragios,
cifradas en rojo atardecer,
palabras ignoradas, ausencias inesperadas…
Dan paso el dolor y las lágrimas
a una mirada sonriente de intenso azul,
un corazón vibrante de entusiasmo,
capitán de sueños verdaderos…

Así despiertas, niño del sol en el alma:
así emerges entre esa ola insondable
que intentó tragarse tus esperanzas,
pero hoy ruge bajo tus pies, elevándote,
mientras cabalgas sus aguas salvajes,
centro vivo en constante movimiento,
danza armónica con la realidad…

Verte surfear,
creando con maestría
este instante de felicidad.


28 Agosto 2018



Tuesday 28 August 2018

Azul y Verde

“Azul y Verde”


En un frondoso islote entre dos ríos, vivía un joven nutrio. Desde que era un cachorro, había pasado sus días zambulléndose en las aguas de ambos ríos, tan distintos y tan parecidos a un tiempo…

También le apasionaba aventurarse en el verdor infinito de la pequeña selva en el islote. A las nutrias más mayores esto no les hacía mucha gracia… “una nutria que se precie no debe jamás alejarse de la orilla o meterse a tierra firme, donde ya no se escucha la corriente”, decían… Pero este nutrio sentía una profunda admiración por las ardillas y otras criaturas capaces de trepar a aquellos fuertes y milenarios árboles… y además, una gran curiosidad podía con él.

El lugar preferido del nutrio en todo el islote era el vértice donde se unían ambos ríos. Allí se erigía, algo apartado del resto, un viejo roble. El joven nutrio a menudo también se apartaba de los suyos para ir a visitarlo, y sentarse entre sus raíces, algunas de las cuales se hundían en el agua. Quedarse allí haciendo acrobacias, o simplemente sentarse a contemplar el paso del agua, le daba mucha paz. A veces también imitaba a las ardillas y lograba trepar hasta las ramas más altas, tras lo cual imaginaba que le crecían alas, y se lanzaba al río desde allí para darse un chapuzón. El roble, por su parte, disfrutaba mucho de la compañía de su pequeño y travieso amigo. Sentirlo correr tronco arriba o mordisquear la corteza de las raíces, era para él como un soplo de aire fresco. Y es que aquel roble, era ya muy anciano. Un día, le dijo al nutrio:

“¿Qué es lo que más te gustaría en esta vida?”

El nutrio se lo pensó antes de responder. Miró a su alrededor. Todo aquel lugar era muy bello y acogedor, y en realidad tenía todo lo que necesitaba al alcance de sus manos. Sin embargo… el vértice del islote apuntaba a horizontes desconocidos en los dos ríos que se alejaban fundidos en uno… como el halcón que se perdía en el horizonte al emprender el vuelo, y nadie sabía adónde iba… ese “no saber”, le llenaba de curiosidad y le hacía mariposear el estómago de ilusión.

“Creo –dijo al cabo del tiempo- que me gustaría ir lejos. Viajar, conocer otros lugares… Mi gente no es muy viajera, y eso no sé si me gusta mucho… Todo aquí es tan pequeño, que poco a poco me estoy empezando a sentir pequeño yo también…”

Desde aquella vez, ya no hablaron más del tema. Puntualmente, el nutrio siguió visitando a su amigo árbol cada día, en primavera, en verano, en otoño e invierno… y vuelta a empezar. Para el roble, los años pasaban despacio. Seguía siendo anciano, pero seguía estando allí. En cambio, con el tiempo, las nutrias más mayores que habían cuidado del nutrio cuando era una cría, habían empezado una por una a despedirse. Esto era algo que le inquietaba, y un día de final de otoño se lo comentó a su amigo roble.

“Está llegando el momento para ellas, en que este islote les parece demasiado pequeño, y este mundo también… por eso pasan a ser el universo de nuevo- le respondió el roble-. Yo también lo haré pronto; también a mí se me está quedando pequeño este islote… Tal vez para esta primavera que viene ya no me vuelvas a ver despertar…”

El nutrio miró al suelo, apesadumbrado.

“Me estoy quedando solo, en este islote diminuto…- dijo para sí-. Incluso tú, mi compañero de vida, te marchas…”

“Oh, pero no te preocupes: yo no te voy a abandonar nunca- dijo entonces el roble, para confusión del nutrio-. Ahora escucha: recoge varias bellotas mías, guárdalas bien, y al llegar la primavera, comprobarás que no hay hojas en mis ramas. Cuando esto ocurra, pídeles a los castores que corten para ti una rama grande que mi cuerpo ya tenga bien seca. ¡Asegúrate de que sea grande y esté seca! Diles que hagan un buen hueco dentro, y empujadla entre todos al río. Métete dentro con las bellotas, y nos iremos los dos juntos a conocer otros lugares. Cuando el río te deje en un lugar que te acoja como hogar, planta allí las bellotas… Mis hijos serán tu familia como tú lo has sido para mí.”

El invierno pasó solitario para el nutrio aquel año. Seguía yendo a sentarse junto al árbol cada día, bajo la nieve, pero saber que su viejo amigo no volvería a despertar la primavera siguiente, se le hacía extraño, y vacío. En el fondo de su madriguera, descansaban las bellotas fielmente recogidas, y a salvo de las golosas ardillas.

Un buen día, empezaron a aparecer las hojas verdes, las flores, y un sinfín de insectos polinizadores despertando por doquier… en pocos días, la vida lo llenaba todo… Todo, salvo las ramas de su viejo roble. El nutrio no pudo evitar esperar varias semanas más, para asegurarse antes de pedir a los castores que le cortasen una rama gruesa como le había dicho el roble. Pero el roble no sacó yemas aquel año. Era hora de marcharse.

El nutrio recogió las bellotas de su madriguera, montó en el rudimentario barco que le habían roído con gusto los castores, y acompañado en su corazón por el espíritu imperecedero del roble, emprendió su viaje hacia lo desconocido…



Agosto 2018