Friday 3 January 2020

SABES

Sabes a ser que sabe:
inconfundible esencia.
Como él solo, elegante,
así suena ese saber.

Saber yo de quien sabe,
y que no sabe que lo sabe...
Verlo descifrar su saber,
mientras pruebo cómo sabe
el arte de pasos nuevos...

Sabe a cielo raso de solsticio.

Déjalo al aire, pues, sabesabe,
que por más que insistas
que eres nuevo y poco sabes,
ese talento tuyo
no se esconde fácil:
sobresale, se desborda.

Sabe a viaje de tiempo.

¿Sabes qué? Sé que sabes.
Sabes que sé que sabes.

Ahora baila... como sabes.

Diciembre 2019 - Enero2020

Bajo las Cenizas


Ya no sonríes como antes.

Donde habría danza infinita
arte libre sin límites,
hoy se adivinan risas vacías
junto a las de algún ser
que sólo quiere distanciar,
evitar, excluir... 
...y no te das ni cuenta.

Navegas entre grises espacios,
indiferencias, ausencias,
jugando a que nada existió,
y pese a tanta ceniza,
entre todo ello una memoria
se resiste a extinguirse.

Queda intacta la chispa etérea,
oculta a salvo entre la hojarasca,
en mi recuerdo -tal vez en el tuyo.
Quintaesencia del arte compartido.

Pudo haber sido todo un viaje...
...serrado en seco por el gris,
quedó en apenas un paso,
un tropezón, tal vez.

Se olvidó ese primer momento,
se disipó el primer baile,
y se enterró entre eternas cenizas,
tu sonrisa de diamante.

Nieve Andrea - 4 enero 2020

Tuesday 27 August 2019


Gracias por SÍ.

Acabé diciéndole eso.

SÍ,
que, diáfano, puro,
se abría al mundo.

SÍ,
que encontró Oz:
corazón, razón y valentía.

SÍ,
alma ancestral y nueva,
derrochando frescura.


fuerza solar,
fuego esencial.

Se manifiesta el SÍ,
centro creador:
lo porta, feliz,
un brujo estelar.

Cómo no decirle,
gracias por SÍ.



Nieve Andrea, 16 Agosto 2019

Monday 5 August 2019

Sonrisa Diamantina


No sé si lo soñé,
si se abrió un vórtice y viajé a otro mundo,
o si fue una de esas serendipias
que se encuentran en los caminos del tango...

Lo que sí sé,
es que fui testigo de una alegría divina.

La alegría de quien por fin
alza el vuelo, se reencuentra...
La luz innegable
de quien revive, respira, resucita...

No le conocía,
pero habíamos bailado desde siempre.
La danza tenía mil años y mil pasos:
recordando un juego del Cosmos
siempre a tiempo perfecto
-fuese tango, milonga o vals.

La Esencia asomaba a sus ojos,
liberando pasos, notas y emoción,
en felicidad incandescente...

Sí, fui testigo... de una sonrisa viva.

Luz diamantina, risa de cristal,
alegría pura incontenible,
contagiando vida y libertad,
salpicando magia...

Cuatro pies al unísono,
dibujaban líneas en el espacio,
levantando nubes de chispas o estrellas...
Primavera musical en remolino,
perfume de luna en el templete,
y dentro de aquel viento sonoro...
un inmenso GRACIAS,
sin ponerle jamás final ni principio.
Tan sólo un eterno encadenado de libertad,
bailar, volar, soñar, crear, iluminar...
Ser...

Y los otros...
..los otros, grandes bailarines...
...a ellos yo, deslumbrada, no los veía ya.
Bajarse del vuelo estelar,
volver a la rutina de la perfección cotidiana,
deja corto al arte más diestro...

Aún brillan fugaces recuerdos,
sueños que al abrir los ojos se disipan...
Intento guardar esa sensación
unos segundos, unos milenios más...
Una última esperanza
de que palabra o emoción
sean capaces de cifrar algo tan sutil.

Aunque quizá, en realidad, baste la memoria
de su sonrisa diamantina...


(Para mejor efecto, léase y obsérvese acompañado de esta música... https://www.youtube.com/watch?v=sEllTh4kh6U)

-Nieve Andrea, de primavera a verano de 2019




Sunday 12 May 2019

ALLÍ

Entre manos blancas y pies de luz,
el mar rodea cada recoveco,
el Amor fluye en libertad,
en fuego, en juego.

En gratitud y risas,
sanando la vida,
soltando el dolor...

Antiguas memorias de palacios,
y dragones asiáticos,
y refugios eternos.

Donde los miedos se extinguen,
los abrazos se expanden,
y florecen sonrisas...

Allí te encuentro.   



Nieve Andrea
24 Abril 2019

Thursday 2 May 2019

Barbacoa o Sueños del Pasado


<<Ayer tuve una pesadilla. Ya no estaba con la tribu; de pronto, me vi rodeada de enormes montañas cuadradas, llenas de agujeros tapados por algo que relucía al sol. Pero eso no era lo peor: había ruido, mucho ruido. Allá lejos lo producían unos seres –no creo que fuesen animales, porque la gente viajaba dentro de ellos, y se deslizaban rugientes por pistas oscuras entre las colosales moles de piedra cuadrada- que echaban humo, y que también brillaban al sol, como si tuviesen una coraza de insecto; más cerca, a mi alrededor, el ruido lo paseaban personas tremendamente agitadas en torno a lo único que reconocí por haberlo visto en quemas accidentales de trozos de bosque, en algunas tormentas: fuego. Pero estas personas, que se tapaban casi enteras con algo de colores (al principio creí que era un cambio extraño en la piel –como las montañas en su forma-, luego vi que no), controlaban la vida ardiente de las llamas a su antojo, y jugaban a gritos a su alrededor. Me pregunté con qué objeto tenían cautivo al salvaje fuego, y qué hacían con tanta algarabía, pero no le hallé respuesta.

De pronto me llegó un olor distinto. No era el del humo, ni el del lugar en que me encontraba: era ese olor característico que tiene una herida grande recién abierta; yo lo sabía bien porque hace un año me caí de un árbol y mis hermanos tuvieron que llevarme durante unos días en brazos aquel trozo de camino que seguía la tribu en busca de agua.

Luego lo vi: alguien trajo una herida grande, dos, tres. No es que las tuviese él en el cuerpo; eran separadas. No me cabía en la cabeza lo que estaba viendo, y más cuando escuché que eran de cordero. ¿Le habían hecho heridas a un animal y se las habían arrancado así, de cuajo? ¿Qué pretendían con aquello; dónde lo sagrado de cada ser?

Tuve que cerrar los ojos; el dolor se me comía. Echaron las heridas sobre el fuego; aquello fue aún peor; sentí en todo mi cuerpo la quemazón de la carne viva y al fuerte calor de las llamas. Nadie se había percatado de mi presencia; ellos seguían entusiasmados con el espectáculo con el que yo tanto sufría.

Y el propósito final, el más macabro, fue devorar ávidamente los pedazos de aquel dulce ser al que habían martirizado…>>



Monday 15 April 2019

Tango

(Escena de la novela "El Eco de un Concierto" de Nieve Andrea 2004, poemas de María Bernad en "El Tango con Darío")

Tango.

Nunca me había fijado de aquel modo en ese baile, pero en ese momento descubrí que era algo distinto. Y dirigí mi mirada hacia la pareja que claramente destacaba; nunca sabré si su protagonismo era sólo producto de mi imaginación, o si realmente eran los reyes de la sala.

María y Eugenio. Los pies de ambos  seguían a la música (¿o era la música la que los seguía a ellos?), coordinación perfecta.

Y esa energía que desprendía ella, impregnando toda la sala con su alegría. Los ojos cerrados de felicidad y una sonrisa radiante. Casi daba la impresión de que flotaba, que estaba en otro paisaje. Al igual que quien la miraba, pues transmitía esa paz que sólo puede conseguirse cuando se es completa y realmente feliz. Disfrutaba al máximo del baile, comunicación, vida al fin.

¡Qué gusto daba verlos! Eugenio la llevaba de aquí para allá con soltura, al marcado ritmo de la pieza, pasos desconocidos para mí, extrañas bellezas entrecruzadas entre las cuales se veía algo más.
El tango, qué baile. Belleza como no hay otra cuando se baila bien, y eso que apenas metían adornos ni pasos inverosímiles, como en los concursos. Así, tranquilamente, como quien no quiere la cosa, unas cuantas parejas bailaban desplazándose poco a poco en torno a las columnas.

Un ligero contratiempo de los pies de él, una sonrisa de ella, y al momento siguiente todo volvió a la normalidad. Nada podía turbar esta magia.

Terminó la pieza, y yo, desde el otro lado de la sala y por medio de señales que apenas me salían -tan hipnotizada me tenía su actuación-, les pedí que bailasen la siguiente.

¡Qué instantes tan perfectos! No había espacio para el tiempo: las horas, los minutos, pasaban sin saberlo.

Ante mis asombrados y deleitados ojos pasaban los bailarines, enfundados todos ellos en negros pantalones o ropas elegantes: empresarios, artistas, dependientes de tienda, ejecutivos, amas de casa, bohemios, madres; en definitiva, de todo había allí. Gente tan distinta unida por una misma pasión.
A los oídos me mi memoria llegaban aquellos poemas sobre el tango que con tanta emoción había escrito María  cuando estaba aprendiendo a bailar…

Tango
Prestarle rostro al silencio.

¿Acaso no interpretaban la frase con su danza?

La postura
Enfrentados, te pones a mi altura yo me crezco.
Cincelados mis pies por la ternura,
no invado tu terreno
y equilibrada, esa fuerza nos impulsa.
El norte son mis ojos.

Claramente, ésa era la postura adoptada por la gran mayoría de los danzantes; los que parecían uno con su pareja y con la música eran el vivo reflejo de este poema.

La distancia
Ni muy pegada a ti
(que quepa un hilo),
ni demasiado lejos
(que tenga todo el mundo sitio).

No habría podido serse tan preciso en la descripción del baile: ni mucho, ni poco. El eterno y vital término medio.

El pie
…todos tus pasos dibujados en mí, que soy tu tierra.

Aquellos poemas, publicados en edición limitada por ella misma, habiendo ganado aquel premio de poesía del tango en el 2001, en un libro titulado “El Tango con Darío”, eran justo lo que más encajaba con aquellos instantes. Tan precioso era el baile, y tanto lo era su arte, su poesía. Tan bien lo reflejaba.

También se había hecho CD, leído por una argentina, la que había convocado el concurso de poesía. Me había gustado tanto,  que lo escuché hasta la saciedad.
María, de vez en cuando, abría los ojos y miraba a Eugenio.

La mirada
Nos miramos
y siento una emoción desconocida
porque no sé, todavía, quién eres.
¿Te imaginas qué puede ocurrir
cuando me reconozcas?

Mi poema preferido en aquel bello libro.

Terminó la pieza y, esta vez sí, María y Eugenio volvieron a sentarse junto a mí, ella con toda su emoción reflejada en las sonrosadas mejillas que contrastaban con el azul de sus ojos.

A punto estuve de pedirles otro bis, pero recordé que todavía quedaba rato para verles bailar. Tampoco era cuestión… Pero fíjate lo que el tango les hacía a estos dos.


Eugenio se sonreía al ver María; venía emocionada, los ojos le brillaban más de lo normal y un color rosado asomaba a su rostro.


"El Eco de un Concierto", Nieve Andrea 2004