En
torno a un ínfimo sol sin nombre, aquel que ningún ojo humano puede detectar,
danza un planeta solitario. Un planeta minúsculo, luminoso, vibrante. Se diría
que omnipresente, ocupando todo el espacio en torno a su estrella, plagando la
esfera de innumerables chispas de energía.
Vecino,
existe otro “sistema solar” idéntico al primero. Los une un tercer sistema
solar algo mayor, en torno al cual zigzaguean ocho planetas, haciéndolo brillar
el espacio en torno al núcleo, combinando su fluyente melodía con la de los
pequeños sistemas solares. Esta combinación de melodías vibra entonces como un
único acorde de existencia, más conocido como molécula.
Agua.
Inmensas
cantidades de estos pequeños sistemas solares agrupados, fluyendo, cristalizando,
flotando y ascendiendo, para luego volver a caer, en perenne estado migratorio.
Y, sin embargo, esta constante migración resultaba inconcebible para quien lo
observase desde demasiado lejos… o desde demasiado cerca.
“Demasiado
Cerca”, sobre la faz de uno de estos planetas atómicos, asomando desde las
profundidades de la tierra, enraizado y elevando la mirada, crecía un ser. Una
conciencia despertó, un ojo se abrió, y miró al cielo.
“Demasiado
Lejos”, frente una taza de té humeante, bebía un ser. Una conciencia despertó,
dos ojos se abrieron, y contemplaron el líquido con curiosidad.
Dos
universos conectados. Dos niveles de existencia. Nuevos niveles de armonía
sonora.
El
ser con la taza de té de pronto comprendió, maravillado, cómo infinitas
galaxias, contenidas en su taza de té, giraban, vibraban, cantaban… sonaba la
música del agua, más allá del simple sonido salpicado y fluyente que hasta
ahora había asociado con la idea de acuático. Había algo más, algo más
profundo, en el sonar básico del agua en sí, pero no lograba darle explicación.
Sólo podía oírlo… e incluso la idea de “oír” resultaba ser una metáfora. Una
música de tal naturaleza, pensó, no se podía oír con los oídos.
Entonces
miró afuera. La lluvia resbalaba por los amplios ventanales de la cafetería,
creando largos ríos cristalinos. Más universos sin explorar. Más infinito donde
perderse… y tal vez encontrarse.
Y
volvió a contemplar el té frente así, removiendo pensativo.
Y
allí en “Demasiado Cerca”, seguía un ser observando el firmamento, fascinado
por lo enorme, mistificado por lo inconcebible de aquella quietud. Sintiendo un
escalofrío recorrerle las raíces, se preguntaba, curioso, cómo se vería todo
aquello… “desde fuera”. Si es que había un “fuera”… y si lo había… seguramente
estaría demasiado lejos.
Al
mismo tiempo, infinitos ojos en el microuniverso miraban de dentro afuera
llenos de asombro, mientras innumerables ojos en el macrouniverso hacían lo
propio de fuera adentro. Este continuo y mutuo contemplar entre diferentes
acordes existenciales, generó entonces una sinfonía de realidades. Una canción,
diríase, que no comienza ni termina, sino que gira indefinidamente, sin un alfa
ni omega al que asirse. Una sinfonía libre.
Mientras
tanto, el acorde Agua fluye entre los demás acordes encontrando su camino,
creando ríos y manantiales de vida y de galaxias, manifestando lo no
manifestado, a cada instante, y siempre distinto.
En
el mismo lugar, a otro nivel, un joven ser contempla los ojos de otro ser algo
menor. Este retrato, en palabras humanas, describiría una niña mirando a su
hermano pequeño a los ojos. Perdiéndose en la inocencia de su mirada. Es algo
que han hecho desde que él nació, y cada vez sin excepción, ella siente en su
corazón ese fluir de cálida agua, o de inmenso cariño por el niño que sostiene
sentado sobre sus rodillas, y que día a día llena su vida de gozo. No puede
evitarlo, y pronto esa agua de alegría llega a sus ojos, en forma de lágrimas
de emoción.
“Demasiado
Cerca” dentro de aquella lágrima, otro ser contempla el vasto universo,
sonriente, maravillado. Sabe que forma parte de algo muy especial, aunque no es
capaz de comprender qué –tal vez se trata de algo mucho mayor de lo que puede
ver desde su propia existencia-, pero le basta. Sentado entre las dunas, mira
al cielo, fascinado por la belleza de aquellos puntos de luz cuya naturaleza es
un misterio para él. Esta noche, intuye, algo muy especial está a punto de
suceder. Aquella luz… aquella estrella, se está haciendo mayor cada día. Tan
enorme… tan veloz…
Y
de pronto sucede. El cielo transmuta, el firmamento se mueve años luz en sólo
unos minutos, girando y agrandándose en una danza silenciosa, ante los ojos
maravillados del ser que observa.
“Demasiado
Lejos” para que este ser fascinado pueda comprender lo que está presenciando,
Alía siente la pequeña mano de su hermanito acariciando su mejilla,
encontrándose aquellos deditos con su lágrima de emoción por un instante.
-Agua…-
balbucea sonriendo San, mirándose el dedo humedecido con sorpresa, y
encogiéndose con timidez entre los brazos de su hermana.
-Sí,
San…- responde Alía, sintiendo su corazón rebosar de cariño, y abraza a su
hermano, besando su frente con devoción-. Agua de alegría-.
El
pequeño levanta la vista para encontrarse de nuevo con los ojos de su hermana,
y ríe lleno de felicidad.
“Demasiado
Cerca” para que ellos puedan comprender, el ser que contempla la danza cósmica
desde las dunas, emocionado por la increíble belleza, siente de pronto el
acorde Agua resbalando por sus mejillas…
Nieve Andrea, Cornwall UK, Junio 2015
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