Wednesday 10 October 2018

El Ayudante

El Ayudante

Aconteció que un ya fresco día de otoño, al caer de las hojas amarillas, se paseaba por el bosque un zorro. Estaba sumamente hambriento, pues hacía ya días que no probaba bocado. Casi todas las bayas silvestres que le gustaba comer habían sido ya recolectadas, y todos los animalillos que a veces cazaba, se estaban retirando a hibernar, o se quedaban a salvo en las copas de los árboles, donde él no pudiera darles alcance. Se podía escuchar el rugir de su estómago a gran distancia, y sus costillas ya empezaban a asomar… Ni siquiera quedaba cerca ningún pueblo humano en el cual saquear algún cubo de basura; la situación se estaba poniendo complicada.

En esas estaba, cuando de pronto, algo hizo saltar todas sus alarmas: ¡allá a lo lejos, se olía una presa! Con el hocico pegado al suelo, rastreando sonoramente, corrió en dirección al foco olfativo, mientras sentía cómo se le hacía la boca agua.

Se trataba de una vieja liebre, que no había podido llegar a tiempo a su madriguera. Escuálida, cansada y debilitada por los años, se había rendido y dejado caer en una hondonada, aceptando y esperando su final. Al ver al zorro hambriento acercarse, no pareció demasiado preocupada. Y éste ya estaba dispuesto a darle el mordisco final, cuando una voz lo detuvo:

-¡Espera!-

Sobresaltados, tanto el zorro como la liebre volvieron sus miradas hacia el sonido. Allí, a pocos metros, había un gnomo.

-¿Qué quieres?- le preguntó el zorro, algo revuelto-. ¿No ves que tengo hambre?-

-Espera- repitió el gnomo, más quedamente, acercándose a ellos. Ante la mirada atónita del zorro, examinó a la liebre en silencio, y concluyó-: Mira, zorro… esta liebre es ya muy mayor, morirá muy pronto; le queda como mucho hasta mañana por la mañana. ¿Crees que podrías esperar hasta entonces?-

-¿Qué quieres decir?- preguntó el zorro, cada vez más confundido.

-Que, si me lo permites, hoy te daré unos cuantos puñados de moras de ésas que tanto te gustan, a cambio de que me dejes llevarme a mi casa a la liebre. Allí, la acompañaré en sus últimas horas, y me encargaré de que se marche sin dolor- explicó el gnomo.

-¿Pretendes que te regale mi presa, a cambio de unas pocas moras?- respondió el zorro, indignado-. ¿Tienes idea del hambre que estoy pasando? Mira, toca, ¡hasta las costillas me sobresalen!-

-Oh, pero no te preocupes, te aseguro que te la devolveré mañana, o tan pronto como su vida haya terminado. Después de eso, ya no tendría sentido quedármela. Entonces podrás comerte su cuerpo sin problema- aseguró el gnomo-. ¿Tú qué opinas, liebre?-

-¿Eres tú ese gnomo que consideran loco porque recoge y acompaña animales moribundos?- preguntó la liebre, mirándole desde el suelo-. Nunca pensé que me cruzaría contigo… pero sin duda me parece una buena forma de marcharme… ya tenía asumido que el zorro me encontraría antes del anochecer. Muchas gracias, gnomo… ¿Te importaría, zorro, regalarme esta oportunidad?-

El zorro suspiró, resignado.

-Está bien, ¿dónde están esas moras…?-



-Coge a la liebre con cuidado, y sígueme- le indicó el gnomo-. ¡Pero no hagas trampa y salgas corriendo con ella! Recuerda que un día puedes ser tú quien necesite la ayuda…-.

El zorro recordó entonces, cómo su propio abuelo había sido herido por los cazadores humanos cuando él era apenas un cachorro… y si bien no habían podido salvarlo porque las heridas eran muy graves, el gnomo se había hecho cargo de velar por él en sus últimos días, dándole cobijo, cariño y compañía. Después, el halcón había recibido un festín.

Con cuidado, levantó a la liebre entre sus fauces, haciendo un gran esfuerzo por no dejarse llevar por aquella hambre atroz, y permitiendo respirar a la moribunda. El gnomo les guió entre matorrales hasta una gruta oculta entre la maleza. Allí, el gnomo le indicó que dejase a la liebre en el suelo, y él mismo la arrastró hacia el interior con cuidado. A los pocos minutos, volvió a salir con varias bolsas llenas de moras, sobre las cuales el zorro se abalanzó.

-Gracias por tu paciencia- le dijo el gnomo, mientras el zorro devoraba las moras-. Acabas de permitir que un ser pueda encontrar paz en sus últimas horas, dejando de lado tus intereses personales… ¡No todos acceden a soltar a su presa así como así! No siempre puedo darle ese final a todo animal moribundo que me encuentro… ¡ya quisiera!-

El zorro se quedó en silencio, paró de comer un momento y miró al gnomo. Una nueva luz se había encendido en su corazón.
-Sabes, creo que podría ayudarte…-.

Agosto 2018

2 comments:

  1. Muy hermoso relato, me ha encantado hasta el final
    Gracias por compartir belleza.
    Abrazos

    ReplyDelete