Se ha hablado mucho del Ego, pero… ¿qué es realmente
esta entidad? Hay quienes ven un monstruo terrible al que hay que matar, y se
gastan la vida persiguiéndolo a golpe de lanza… o de mantra. Otros se han
dejado engatusar por él, un hábil prestidigitador que les promete la felicidad eterna
a cambio de una total sumisión… y por supuesto jamás cumple su palabra. Otros aseguran
haber acabado con su Ego hace siglos; lo que no saben es que sigue escondido tras
sus propios ojos; los demás lo ven, pero ellos no, y así surge la discordancia.
La única verdad es que esa entidad “tan terrible”, es
parte de sí mismos, y precisamente al separarse de ella “para ser libres”,
dejan de vivir sus propias vidas, guiados por un falso YO, con el que se
identifican, y que les hace creer que las decisiones que toman son realmente
suyas… Pero este falso YO controlador, contra lo que se cree, sólo puede
existir cuando el Ego ocupa un lugar que no es el suyo.
La vida es en el fondo un teatro -en el buen sentido-,
y todo ser existente necesita un “personaje” para salir al escenario. Una nueva
entidad que surge del UNO, una gota de Luz (la Esencia), necesita una forma
concreta para manifestarse en este plano… así sucede la Creación a cada
instante… Esa forma concreta, y no otra cosa, es el Ego natural, o mejor dicho
el complejo EgoMenteCuerpo: una herramienta completa, todo lo sofisticada que
uno quiera, pero una herramienta al fin y al cabo, y por lo tanto siempre al
servicio de la Conciencia. No deberíamos darle a este Ego sano y natural, el
puesto equivocado en el trabajo de la Existencia, sabiendo que ser VEHÍCULO
para la gota de Luz es lo que le realiza, lo que hará felices a ambos.
Si un día intentásemos pensar con los pies y andar con
el cerebro, ninguno de los dos se beneficiaría en absoluto, y además moriríamos
en cuestión de segundos…
Para verlo más claro, imaginemos que un jinete enfurecido
persigue a su caballo intentando matarlo porque está mal domado, “le pesa” y
“le confunde”. ¿Tendría sentido? Ahora imaginemos otro jinete cuya cabalgadura
se hizo su jefe y le ordena llevarlo a cuestas día y noche… ahora es él quien
persigue la zanahoria… qué cansado… Pero aún hay más: allá lejos se ve otro
jinete con unas gafas que sólo le permiten ver lo que hay a su misma altura, de
forma que no ve al caballo que lleva debajo, y por tanto va por la vida
engañándose y creyendo que es él quien anda, mientras el animal se ríe de él y
lo vuelve loco…
(Por
supuesto, estos animales no son en absoluto traidores como lo sería un ego
malcriado, sino todo lo contrario, por eso aclaro que en este artículo voy a
usar al caballo como el símbolo tradicional en la mente humana, y no como el
animal en sí… los équidos me perdonen…)
El mundo está en realidad lleno de estos jinetes, y
todos sufren infinitamente en la ignorancia: ven al enemigo donde sólo hay una herramienta
maravillosa que el UNO les dio para su comodidad…
De pronto, aparece en la escena un jinete sonriente,
sobre un caballo sin riendas ni silla, y ni siquiera intenta que el animal le
obedezca, sólo le habla en susurros… ¡y su montura hace todo lo que él le dice!
Los demás jinetes le miran de reojo con envidia, y
también lo hacen sus propios caballos, relinchando entre dientes. Espoleando
unos, y dando coces y mordiscos los otros, se revuelven, ante la sonrisa del
recién llegado y la mirada pacífica y confiada de su corcel, que no comprende
qué hacen aquellos congéneres suyos atados hasta los dientes, torturados, y en
guerra con sus guías...
En cambio, el jinete sonriente sí que lo entiende -su
caballo no lo recuerda ya, pues el cariño todo lo lavó-: hace mucho tiempo, también
él peleaba con su cabalgadura, hasta que Alguien puso un espejo en su camino, y
al verse como un feo y creído dictador, se avergonzó y cambió su actitud.
Comprendió entonces que el corcel era un regalo casi divino, y se sintió
agradecido. Le pidió perdón, le quitó todas las ataduras y le curó las heridas.
Después lo llevó a un prado, le dio agua, y cuando estuvo más tranquilo, se fue
acercando a él, de frente, sin engaños, sin trucos. Al principio el caballo intentaba
morderle, daba coces al aire y salía corriendo, mirándole de reojo y
relinchando nervioso. El jinete suspiraba entonces, regresando día tras día a
su puesto, en una esquina del prado.
Empezó a llevarle golosinas y las dejaba cerca; a
veces el caballo se acercaba a comerlas, pero en cuanto estiraba la mano para
tocarlo, huía al galope, resoplando. Todo parecía apuntar a que nunca volvería
a montar en su corcel; ahora el animal confiaba en él aún menos que antes. Pero
aquello no había sido confianza, sino que, como el caballo había temido al
hambre y a los depredadores, había preferido soportar su tortura para
sobrevivir. Pero ahora estaba en un prado, a sus anchas, comiendo todo lo que
quería, y sin ningún peligro a la vista; sin ningún plan de abandonar su
paraíso personal. En algunos momentos, el jinete se arrepentía de haberlo
dejado libre, porque ya no podía recuperarlo. Estuvo a punto a abandonarlo
allí, pero algo le retuvo, diciéndole: “¿Y cómo vas a vivir en un mundo donde
todos tienen un caballo y tú no? Serás un completo extraño, no entenderás nada,
y al final morirás de aislamiento… y lo mismo le ocurrirá a tu corcel, que está
solo al fin y al cabo…”.
Así que el jinete cultivó paciencia y constancia, y
esperó durante días, meses, casi años, hasta ganarse la confianza y el cariño
de su caballo; hasta que un buen día, éste se agachó para que subiese,
entregándose a él comprendiendo que eran UNO. Emocionado, el jinete montó en su
lomo, sintiendo lo mismo. En ese momento hubo una conexión muy especial: como
no había ninguna barrera entre ellos –ninguna silla, ninguna espuela-, se
convirtieron en una sola cosa… algo que casi recordaba a un centauro, y sin
embargo, podía distinguirse qué era qué. El caballo, que se había visto a sí
mismo, dejó el mando al jinete, la gota de Luz, que veía mejor desde allí
arriba; y el jinete, que también había encontrado su sitio, dejó la fuerza terrenal
al caballo, que dominaba el suelo bajo sus cascos. Sólo cuando la gota de Luz
accedía al UNO, el caballo le esperaba por allí cerca, mientras su jinete
caminaba por terrenos sólo accesibles a otro tipo de pies…
En el mundo ecuestre ha surgido una corriente de
pensamiento que considera al animal como un ser inteligente y sensible; y
apuesta por una forma de domar a los potros que no les cause dolor ni miedo: la
llamada “doma racional”.
(Ninguna
doma es justa, ya que todos los animales deben vivir libres y no para servir al
humano (ni para ser devorados por él), pero al menos consigue que, quien desea
ser amigo de un caballo, sea un verdadero amigo, y no un dictador sobre sus
lomos).
Esta doma se basa en comprender la psicología del
animal, sus reacciones, su lenguaje; se trata de “hablarle en su idioma”, dejar
que él se acerque en lugar de perseguirlo, y hacerle ver que no somos un depredador sino uno de
los suyos (supongo que funcionará mucho mejor si el domador es de verdad un
no-depredador, es decir, 100% vegetariano…). La técnica incorpora algunos puntos
de masaje que relajan totalmente a los potros, de forma que acaban tumbados en
el suelo, y el “domador” puede incluso tenderse sobre ellos. Al final del
proceso, el caballo confía plenamente en los humanos, y está abierto a nuevas
instrucciones; generalmente empiezan a montarlos enseguida, enseñándoles “paso,
trote, galope”, con señales de voz y jamás espuelas o fustas.
Un caballo que confía plenamente es un poderoso
aliado; nunca un enemigo. Este sistema inspira algo más que una simple técnica
de domesticación “menos cruel”: es la perfecta metáfora para aprender a domar
nuestro propio “caballo”: el complejo EgoMenteCuerpo… pero principalmente el
Ego, que posteriormente manejará a la Mente; el Cuerpo, por su parte, hará todo
lo que la Mente le diga… Si se pretende controlar la Mente, el Ego reclamará su
lugar… lo mismo hará la Mente si le quitamos su puesto dirigiendo el Cuerpo, y
nos jugará malas pasadas… así que el trabajo de la gota de Luz (nosotros,
jinetes), ha de ser siempre sobre el Ego, digámoslo así, “el alma del caballo”.
Una vez que hagamos sinceramente las paces con él, todos los miembros del
complejo “Ser Humano” ocuparán su lugar y no habrá lugar a traiciones por ninguna
de las partes.
Como se puede
deducir de todo esto, matar al Ego no es posible ni recomendable; y todo el
problema con él se origina al confundir los papeles. Quienes dicen no tener Ego,
dominan a su caballo con dolorosas espuelas, silla segura, bocado de espinas.
Lo tienen tan maltratado y sometido, anulado, falsamente “controlado”, que
mientras se mantiene la tensión y el dolor, el caballo no se desvía un
milímetro, y creen que siempre será así. Pero maltratar sólo genera ira, y ésta
se va acumulando hasta que, “inesperadamente”, ese ser “celestial” típico en el
papel de santo, se despista por cualquier cosa, pierde el control que nunca
tuvo, y se le desboca el caballo. Y claro, no es un desbocamiento corriente,
sino lleno de rencor y odio por parte del animal… completamente incontrolable,
y muy difícil de reparar.
Es el momento de darnos cuenta de que cada uno de
nosotros es una Unidad completa y que, para que funcione, todas las partes han
de estar en su sitio: la fuerza, la Conciencia, la Esencia (esa gota de Luz)… De
la misma manera, todo ser viviente es parte de otra Unidad mucho mayor, pero en
el fondo idéntica, por lo que también nosotros, como individuos, tenemos que
encontrar nuestro sitio... ¿No merece la pena reflejarlo en nuestra vida? No
hay que olvidar que los seres vivos somos la conexión entre el UNO y Madre
Gaia, y al sintonizar jinete y caballo dentro de nosotros, creamos la corriente
de la Vida.
Por último, y volviendo a nuestros hermanos équidos,
que son también gotas de Luz con vehículo, y con el mismo deseo de libertad y
felicidad que todo el mundo, diré que nuestro propio EgoMenteCuerpo es el único
caballo que deberíamos domar y montar…
Nieve Andrea, 2009