Si
yo me acabase ahora,
si
el mundo muriese hoy
o
si estos instantes terminaran,
¿qué
importaría?
Nada
podría negar, tapar, borrar, anular ese día en que, ocioso, el bohemio de una
mente desconcertada surgido, mirando la luna, acabó encestándosela en un ojo,
de tan redonda que la vio.
No
habría modo alguno de abortar la idea de que una nuez sin cáscara es como una
cáscara sin nuez, o de lo que asombra conocer al bromista que replica desde los
parajes lejanos cuando se grita hacia ellos, o lo peculiar de ese mundo vuelto
del revés que busca con urgencia un reflejo para ser propiamente un mundo.
Si
nuestro Hoy se convirtiese,
por
capricho o mandato,
en
un Ayer…
…
o en un Sincuándo, tal vez,
¿importaría?
Si
ese tuerto y ocioso bohemio, asomado al horizonte y sospechando, decidiese
entonces viajar al tiempo –con su luna encestada todavía, transformada en
ingenioso cuarto menguante-, a esos momentos de nueces descascaradas, lunas
menudas, ecos y días encajonados casi unos dentro de otros, así como soles de
eternidad… sin duda me encontraría a mí entre ellos. No me faltarían por
faltarle a la existencia, aunque se olvidase para siempre
cada
detalle,
personaje,
emociones
y horas,
vidas
e historias,
flotando livianas
entre un sinfín y medio de Nadas que creciesen frondosas en el Vacío,
floreciendo bellas inexistencias que esperasen ser por todos ellos polinizadas.
Seguiría
estando todo.
Todo
sigue estando.
Ha
sido; es.
Nieve Andrea, 3 febrero 2005
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