<<Ayer tuve una pesadilla. Ya no estaba con la
tribu; de pronto, me vi rodeada de enormes montañas cuadradas, llenas de
agujeros tapados por algo que relucía al sol. Pero eso no era lo peor: había
ruido, mucho ruido. Allá lejos lo producían unos seres –no creo que fuesen
animales, porque la gente viajaba dentro de ellos, y se deslizaban rugientes por
pistas oscuras entre las colosales moles de piedra cuadrada- que echaban humo,
y que también brillaban al sol, como si tuviesen una coraza de insecto; más
cerca, a mi alrededor, el ruido lo paseaban personas tremendamente agitadas en
torno a lo único que reconocí por haberlo visto en quemas accidentales de
trozos de bosque, en algunas tormentas: fuego. Pero estas personas, que se
tapaban casi enteras con algo de colores (al principio creí que era un cambio
extraño en la piel –como las montañas en su forma-, luego vi que no),
controlaban la vida ardiente de las llamas a su antojo, y jugaban a gritos a su
alrededor. Me pregunté con qué objeto tenían cautivo al salvaje fuego, y qué
hacían con tanta algarabía, pero no le hallé respuesta.
De pronto me llegó un olor distinto. No era el del
humo, ni el del lugar en que me encontraba: era ese olor característico que
tiene una herida grande recién abierta; yo lo sabía bien porque hace un año me
caí de un árbol y mis hermanos tuvieron que llevarme durante unos días en
brazos aquel trozo de camino que seguía la tribu en busca de agua.
Luego lo vi: alguien trajo una herida grande, dos,
tres. No es que las tuviese él en el cuerpo; eran separadas. No me cabía en la
cabeza lo que estaba viendo, y más cuando escuché que eran de cordero. ¿Le
habían hecho heridas a un animal y se las habían arrancado así, de cuajo? ¿Qué
pretendían con aquello; dónde lo sagrado de cada ser?
Tuve que cerrar los ojos; el dolor se me comía.
Echaron las heridas sobre el fuego; aquello fue aún peor; sentí en todo mi
cuerpo la quemazón de la carne viva y al fuerte calor de las llamas. Nadie se
había percatado de mi presencia; ellos seguían entusiasmados con el espectáculo
con el que yo tanto sufría.
Y el propósito final, el más macabro, fue devorar
ávidamente los pedazos de aquel dulce ser al que habían martirizado…>>
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