Amanece.
Soy el último.
Al
menos, eso es lo que dicen estos extraños animales de dos patas. Creen que no
entiendo lo que dicen, pero sé por qué están aquí. Tienen miedo de los de su
especie, y por eso vinieron a mi territorio. Yo les protejo.
Se llevaron
mi cuerno. Yo nunca lo habría usado contra ellos, porque sé que no son los
mismos humanos que mataron a mi manada… pero estas criaturas no entienden mucho
de la vida, y tienen miedo de todo. Creo que es porque se cazan unos a otros. Nosotros,
los rinocerontes, nunca haríamos una cosa así.
Los
humanos que cuido me llaman Sudán, y soy el último rinoceronte blanco del
norte. Traté de defender a los míos, pero no pude hacer nada contra sus palos
de fuego. Ahora, a los cazadores ya no les quedan más rinocerontes, y mis
humanos tienen miedo de que vayan a por ellos.
Sin
embargo, me voy haciendo viejo; pronto no podré cuidar de ellos. Se quedan a mi
lado día y noche, igual que las crías siguen a sus madres. Les asusta perderme,
porque sin mí no podrían sobrevivir. Lo percibo en su olor, tienen mucho miedo.
Siempre llevan sus palos de fuego, pero nunca los usan contra mí. Creo que los llevan
porque quieren defenderme, como hice yo para intentar salvar a mi familia.
Me
preocupan mis pequeños humanos… no sé qué será de ellos cuando ya todos los
rinocerontes nos hayamos marchado…
Nieve Andrea, 2015